El verano y la estación de todos los colores

En julio del año que pasó, recordamos al baqueano de Capilla del Monte, Bernabé Leal, “el Berna” y su amor por el entorno que lo hizo parte de esta tierra, de lo que hay en cada capa, color y perfume. Como asiduo observador, sabía con precisión cuáles eran los tonos de cada estación que convertía al Valle de Punilla en este gran jardín montarás.

Javier Leal, su sobrino, recuerda que siempre le contaba cómo las flores van saliendo en distintos momentos. Primero las amarillas, después las blancas: “los polinizadores van despertando con el color de las flores”, dice y confirma que las que salen a principios de septiembre son las amarillas y después de las blancas florecen todos los colores, ya repetidos e incluso salen a la vez. “Eso se da por un fenómeno de los polinizadores, la mayoría de los insectos y algunos animales tienen ocelos -también llamados ojos simples, son pequeñas estructuras fotoreceptoras-, a través de los que ven una gama de colores y entonces las plantas se ofrecen desde la misma evolución que les ha dado ese color”, agrega.

Son múltiples las estrategias de las poblaciones de especies que existen para sobrevivir y buscar nichos ecológicos que les permiten adaptarse a los diferentes ambientes. En el proceso de la vida, explica Bernardo, Ing. Forestal, las plantas evolucionaron de las gimnospermas a las angiospermas, que producen frutos y aromas para atraer a los polinizadores y generar lo que se denomina la polinización o fecundación cruzada, el proceso de transportar los granos de polen de una planta a otra, que son células sexuales masculinas que se encuentran en los estambres de las flores.

De esta manera, las flores son fertilizadas con el polen que se ha quedado en las patas o las alas de estos visitantes. En muchos casos la vida de los polinizadores y las plantas, está tan ligada que no pueden existir unos sin los otros.

Así, a lo largo de la historia del planeta, los colores de las flores evolucionaron en relación a los polinizadores: abejas, avispas, mariposas, hormigas, escarabajos, moscas, mosquitos y hasta algunos pájaros y mamíferos, transportan el polen de una flor a otra, y permiten la reproducción de las plantas y la producción de frutos. Son esenciales para el funcionamiento de los ecosistemas y la reproducción de la vida.

Sin embargo, las más eficientes en este rol vital para el equilibrio del mundo, son las abejas, en especial las melíferas. Son polinizadoras selectivas y garantizan la generación de una gran diversidad de frutos, verduras y semillas. Más del 75% de los cultivos para la producción de alimentos del mundo dependen de la polinización y los polinizadores.

Atraídas por los colores y aromas de las flores, las abejas, las mayores polinizadoras de la tierra, tienen preferencia por las flores blancas, amarillas y azules, ya que la mayoría de las abejas no pueden ver el rojo, y lo perciben como negro o ausencia de color.

Hace meses que las flores del Chañar explotaron en pequeños botones amarillos. Mientras la Sombra de Toro, dejó un vaho a jazmín que lo envolvió todo, o los cactus abandonaron sus flores de postal abiertas en cada amanecer de primavera. Los verdes exuberantes se mojan con las lluvias estivales y la tierra huele a ozono. Es verano, tiempo de colores, el monte fue despertando y el jardín entero ya tiene todas sus texturas, brillos y perfumes.

Las ramas se hacen verano. 
Palo amarillo jazmín vainilla.  

Atrás dejan las espinas
su anatomía de invierno,
la piel ya no duele ni estira ni arruga.
Se moja.

Todos los años se pliegan, 
se guardan.

Las venas, de pronto,
rosan por debajo, 
el recorrido que atraviesa un cuerpo
su medida exacta 
el rastro de su historia
y la raíz,  
enrollada entre los poros de las manos:  
es tiempo y distancia entre todas
las estaciones, 
la certeza breve de todas las vidas.